lunes, 3 de febrero de 2014

Chascomús, Provincia de Buenos Aires

La teletransportación en la ruta 2

Allá por 1968, un Peugeot 403 que circulaba por la ruta 2 cerca de la laguna de Chascomús, se vio envuelto en una densa niebla, desapareció y ¡apareció en México!  Así al menos lo había informado el diario La Razón. Varios medios de entonces reprodujeron y ampliaron la noticia, hasta convertirla en el caso más importante a nivel mundial para las revistas especializadas en OVNIS.  La escalada de rumores y la repercusión internacional obstaculizaron la resolución del asunto.  El misterio se develó casi tres décadas más tarde, a mediados de los años noventa.

Para la opinión pública, todo comenzó el 3 de junio de 1968, cuando el diario La Razón publicó un artículo titulado Qué es esto. Allí se contaba que el matrimonio Vidal, que había salido de Chascomús rumbo a la localidad de Maipú a bordo de su Peugeot 403, luego de entrar en un denso banco de niebla en la ruta 2, había perdido el conocimiento y despertado en una carretera secundaria de México, con auto y todo, aunque éste estaba un poco chamuscado.
Según la publicación, los Vidal habían salido junto con otro matrimonio, que iba en un auto que los precedía. Este matrimonio llegó a Maipú, y ante la demora de los Vidal, comenzó la búsqueda desandando el camino: nunca los encontraron.
Recién dos días más tarde, unos amigos de la pareja desaparecida recibieron una llamada desde México, diciendo que estaban bien y regresarían en avión. El artículo de La Razón señalaba que el señor Vidal, al regresar, les había contado a sus familiares lo sucedido: al despertar en México sus relojes no funcionaban, “pero por un calendario comprobaron que hacía 48 horas que faltaban del camino, desde el momento en que habían entrado en el banco de la misteriosa niebla”. También, según el diario, los familiares de Vidal decían que éste había contado que la llamada se había realizado “desde el consulado argentino en la capital azteca”, y que “el automóvil fue trasladado a un laboratorio de los Estados Unidos para su posterior investigación; a cambio, se les entregó uno nuevo”. Obviamente, tanto los estadounidenses como el consulado les habían pedido estricta confidencialidad ante la gravedad del caso.
Los diarios La Nación, La Capital de Mar del Plata, y La Mañana, comenzaron a publicar artículos sobre el misterioso viaje de los Vidal. El caso llegó a la radio y la tele, y las revistas de OVNIS le dieron fama mundial.

Teletransportación

Contribuyó a esto que la teletransportación atravesaba su mejor momento en la literatura de ficción científica  y en  las series de televisión.  Años antes, por ejemplo, se había publicado El hombre no teletransportado, de Philip Dick, relato en el cual esta tecnología, más rápida y barata que los viajes en naves espaciales, no carecía sin embargo de inquietantes efectos secundarios.
Afiche de la película de Uset
Y en la tele estaba el capitán Kirk, junto al Sr. Spock y sus compañeros de Viaje a las Estrellas, que se teletransportaban todo el tiempo para descender en planetas desconocidos y visitar otras naves; pero también, uno suponía, en la vida cotidiana para buscar una llave inglesa del depósito e incluso para ir al baño en casos de apuro. Además estaba en su apogeo la difusión de fenómenos OVNI, que acompañaban el auge de los relatos de ficción que hablaban de invasiones alienígenas y contactos con seres de otros planetas.

Rumores

Lo que nunca deja de estar de moda es la propagación de rumores. Y al publicarse este tipo de historias, siempre hay alguien que dice saber con certeza lo que pasó dado que habló personalmente con un familiar, o con el vecino de un tío, o con el mismo testigo, que le contó la verdad que los poderosos siempre quieren ocultar.
En este caso, el fervor crédulo se adueñó en especial del corredor de la ruta 2, desde Chascomús hasta Mar del Plata, dificultando todos los intentos de desmentida. Al cónsul argentino en México nadie le creyó cuando afirmó (sin mucha convicción, según el diario La Mañana) que no conocía a ningún Vidal.
También la persona que presuntamente había recibido el llamado desde México, el escribano Martín Rapanelli, de Maipú, convocó a una conferencia de prensa en la que dijo no conocer a Vidal, y desmintió el hecho. Pero los vecinos, congregados en la calle, gritaban que el escribano mentía, según consignó otra nota de La Razón, en la que se afirmaba también que el notario estaba nervioso y que había incurrido en contradicciones. Se mencionaba además que era la propia hermana de Rapanelli quien lo contradecía, puesto que “narró el suceso en rueda de docentes”. Incluso el  comisario de Maipú contestaba a la prensa que le habían ordenado investigar los hechos y pese a que no había hallado evidencia, no lo descartaba porque, según dijo al mismo diario: “en estos tiempos todo es posible”.
Todo se basaba en testimonios de Vidal a presuntos familiares y allegados, pero ni él ni la esposa aparecían. ¿Por qué? Porque, se decía, los gobiernos argentino, mexicano y estadounidense habían decidido mantener estricto secreto.
Hubo más rumores. Según el relato inicial, la señora Raffo de Vidal, al retornar de México, había sido internada en una clínica para reponerse del estado de crisis nerviosa en que había quedado. Una publicación española le hace gritar con desesperación a la señora Raffo: “Pero, entonces: ¿Qué han hecho con nosotros durante estos dos días? ¿En manos de qué criaturas hemos estado?”
También rumores escépticos. Según uno de ellos todo el asunto no había sido más que una artimaña de la familia para ocultar que la señora Raffo de Vidal había estado internada en un neuropsiquiátrico.
Cuando las investigaciones periodísticas parecían estancarse, apareció por fin el testimonio de un testigo directo, o casi. Un joven se presentó en el programa más visto de la televisión: Sábados Circulares de Mancera. Dijo ser familiar directo de Vidal y confirmó todo el relato. Se llamaba Juan Alberto Mateyko.

El caso se resuelve

En 1996 el culpable terminó por confesar.
No habían sido los extraterrestres, ni los yankees, ni el Señor Spock, sino un director de cine; Aníbal Uset, con el objeto de promocionar su película Che Ovni. Contó con la complicidad del periodista de espectáculos Tito Yacobson y del mencionado Mateyko, que era su colaborador y hacía de extra en el filme, en el que los platillos voladores se recreaban con dos budineras.
El argumento era terrible. Un cantor de tangos (interpretado por Jorge Sobral) hace dedo en una ruta y lo levanta una rubia en un Peugeot. Luego del inevitable encuentro amoroso de la incipiente pareja, un resplandor los encandila y por alguna razón desnuda a la muchacha. Mientras tanto, el cantor de tangos se duerme y al despertar comienza a conducir el vehículo, pero según los carteles ya no está en Buenos Aires sino cerca de Madrid y la rubia ahora es una morocha (Marcela López Rey) que en realidad es una alienígena disfrazada de morocha argentina con lunarcito. Cuando un guardia civil lo detiene, el argentino, canchero, no le cree que están en Madrid hasta que ve que justo pasa un auto en el que viaja nada menos que Juan Domingo Perón (representado en el filme por un cartón dibujado). Y eso es sólo el comienzo.
A esta altura, tal vez parezca más inverosímil la película que la falsa historia de los Vidal. Pero en este caso tenemos pruebas, ya que quedaron copias y a veces hasta la emiten por canales de cable.
Su director, Aníbal Uset, contó la verdad casi tres décadas después, ante el investigador Alejandro Agostinelli. La idea de difundir el falso caso Vidal era una estratagema publicitaria, por eso la coincidencia en el filme del fenómeno de la teletransportación e incluso de la marca del automóvil.
Sin embargo, las repercusiones (a causa de los rumores y la amplificación de los medios) fueron tantas y tan importantes, que en el momento fue imposible decir la verdad. “Vino tanta gente a decirme que conocía al matrimonio Vidal que empecé a dudar”, se justificó.

Y tal vez lo más extraordinario de todo sea esta frase (que tanto nos dice sobre el funcionamiento social de los rumores) confesada por el creador de la mentira: “la confusión fue tan grande que llegué a pensar que  nuestra historia coincidió con algo que había pasado realmente”.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Educación vial:

Respuesta de automovilistas ante un choque.

Si un automovilista se distrae y choca a un auto que está detenido, lo indicado es intercambiar los datos del seguro y seguir adelante, acaso también pedir disculpas. La frase sería:
-Perdón, ya te paso los datos.
Sin embargo estoy notando que en Buenos Aires se utilizan otras frases, que no contribuyen con eficiencia al objetivo de evitar problemas y seguir viaje, ni ayudan a la convivencia.
Algunas que he escuchado son:

-¡No te toqué! (frase futbolística).

-¿Yo te hice eso? (dubitativa).

-¡Ese bollo ya estaba! (acusatoria).

-¡Frené justito! (justiciera).

-¿Vos no frenaste de golpe? Ah, es que yo venía pensando en otra cosa (psicológica).

-¡Manejo desde los 16 años! (informativa).

-Dale que estoy apurado (imperativa).

-¿Quién fue el que frenó adelante de todo? (cuasi metafísica).

-¿Qué mirás, boludo? (retórica).

-Sale con Autopolish (publicitaria).

Esas escuché, pero seguro que hay más, porque el ingenio popular nunca descansa.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

San Pedro, Provincia de Buenos Aires

La batalla de Vuelta de Obligado

En un recodo del Paraná, al norte de San Pedro, tuvo lugar en 1845 la batalla de Obligado. Allí las fuerzas nacionales resistieron por casi doce horas a las escuadras más poderosas del mundo. Cuando ya no les quedaban balas ni pólvora los argentinos pelearon con armas blancas, pero fueron derrotados, dejando 250 muertos y unos 400 heridos. Para los invasores era el comienzo de la pesadilla que significó su incursión por el Paraná. San Martín, al enterarse desde Europa, escribió su conocida metáfora gastronómica según la cual “los  argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”.


A las cinco de la tarde, Juan Bautista Thorne dispara la última andanada con su cañoncito, a orillas del Paraná. Casi al mismo tiempo explota cerca de él una granada enemiga, que lo voltea. Enseguida se incorpora. “No ha sido nada”, dice; adivinando la pregunta, porque en realidad no escuchará ya nada y para siempre será recordado como el “sordo de Obligado”. La artillería ya no contesta el fuego enemigo; por tres horas más los criollos cargarán con lanzas y bayonetas, contra la metralla y cohetes de los invasores.
A las ocho de la noche, tras casi doce horas de batalla, los ingleses y franceses ocupan la posición de las baterías argentinas.
Obligado ha caído.

Las vueltas de la historia

En 1828, bajo la influencia de Inglaterra nacía la República del Uruguay. Se suponía que iba a ser un estado amigable con los ingleses, evitando de paso que una federación de las provincias del sur ocupara ambas márgenes del Plata, pero algunos uruguayos no adhirieron a la idea y resurgió aquel espíritu artiguista de un territorio oriental que integrara una confederación suramericana.
Vuelta de Obligado, pintura de Rodolfo Campodónico
Así fue que para 1845, el depuesto presidente uruguayo Oribe, aliado de Rosas y la Confederación, reivindicaba esa tradición: con ayuda de tropas argentinas puso sitio a Montevideo, reclamando poder culminar su mandato, del que había sido despojado por la fuerza en 1838. La capital uruguaya, con mayoría de población extranjera (vasco-franceses y argentinos eran predominantes), resistía con la ayuda de la escuadra, infantería y financiación de Francia, que quería establecer una ciudad-factoría en Montevideo.  Era un empate técnico: ni Oribe podía tomar la ciudad ni los montevideanos imponerse en el resto del país.
A fin de desempatar –la definición por penales todavía no se había inventado- Francia e Inglaterra decidieron establecer un bloqueo a la Confederación Argentina para que cesara en su ayuda a Oribe. Claro que, más que un espíritu deportivo, a los europeos los animaban otras intenciones.
Éstas se conocen por documentos que se obtuvieron en Brasil, dado que el entonces Imperio esclavista tuvo intenciones de participar en el bloqueo y por eso en Río de Janeiro quedaron registrados los objetivos de la intervención. Los había públicos y secretos; los primeros eran:
·        Defender la independencia de la banda Oriental
·        Defender la independencia de Paraguay, y
·        Acabar con las guerras del Plata.

Sin embargo, también había objetivos secretos, que eran:
·        Convertir a Montevideo en una factoría comercial,
·        Obligar a la libre navegación del Plata y sus afluentes (favoreciendo un monopolio de hecho de los vapores británicos),
·        Fijar los límites del estado Oriental, del Paraguay y de un nuevo estado a crearse en la Mesopotamia, y
·        Deponer a Rosas si éste no se allanaba a estos objetivos.

Y además de los objetivos, había otras motivaciones que tenían que ver con la geopolítica. Por ejemplo, la conquista de Texas por parte de los norteamericanos a expensas de México, hizo que Inglaterra perdiera esa zona como productora de algodón para sus manufacturas. Esto podía compensarlo con plantaciones en Corrientes y en el Paraguay, de paso lavando en el sur la afrenta que significaba para Francia e Inglaterra su renuncia a enfrentar a los Estados Unidos. En el caso de Francia, una motivación importante era más bien psicológica, y tenía que ver con su chauvinismo[i].  Este se manifestaba en forma de arengas en el parlamento por parte de burgueses que clamaban por victorias militares y conquistas colonialistas que no necesariamente beneficiaban al país. Tal vez influía en esta actitud el saber que no eran ellos los que iban a ir a una eventual guerra. Animémonos y vayan, diría Jauretche.

La Batalla

La flota que se adentraba en el Paraná constaba de noventa buques mercantes, protegidos por once navíos de guerra franceses e ingleses, incluyendo tres vapores y la fragata San Martín, tomada a las fuerzas argentinas en el Río de la Plata.
El 8 de noviembre de 1845 la escuadra entró en el Paraná Guazú y se detuvo cerca de Ibicuy, al saber que estaban artillados los recodos de la Ramada, en el Paraná Pavón, y de Obligado, en el Guazú. Siete días se quedaron allí estudiando la situación, hasta que decidieron enviar la flota de guerra para despejar el paso de la vuelta de Obligado. Llegaron en la tarde del 18. Dado que el 19 llovió y la escuadra no podía distinguir la ubicación de las baterías, el ataque comenzó el 20 de noviembre, a las ocho y media de la mañana.

En Obligado, al norte de San Pedro, el río tiene unos 700 metros de ancho y un recodo pronunciado. Allí, el General Mansilla había hecho tender tres cadenas apoyadas en lanchones para dificultar el paso de los buques. Se habían dispuesto tres baterías, con un total de treinta cañones; tres río abajo de las cadenas, y una río arriba. Los cañones eran pequeños, de calibres que iban de 8 a 20, mientras que los de los invasores eran de 80. Había 160 artilleros y un ejército de 2.000 hombres, entre fuerzas de línea y milicias. Para cuidar las cadenas también estaba el bergantín Republicano.
La San Martín se adelantó para cortar las cadenas, pero fue alcanzada por varias balas de cañón de los defensores, que le cortaron la cadena del ancla, logrando precipitarla río abajo con graves averías.
Los vapores intentaron entonces abrir el paso; fueron rechazados por el Republicano mientras tuvo balas, pero luego del mediodía se quedó sin municiones y  fue volado para que no cayera en poder del enemigo. Basados en su poder de fuego superior, las naves invasoras causaron muchas bajas entre los argentinos, sufriendo escasamente  porque apenas eran alcanzadas por las balas de los pequeños cañones de Obligado. Finalmente el segundo vapor logró cortar las cadenas.
Las baterías argentinas siguieron disparando mientras tuvieron pólvora y balas; alrededor de ellas quedaban los cuerpos de los artilleros que iban cayendo. Según los partes, a las cinco de la tarde se dispararon las últimas, y lo que siguió fue una carga desesperada de infantería con armas blancas contra los cohetes y cañones con metralla, que protegían el desembarco de los ingleses y franceses.  Estos últimos contaban con los modernos cañones-ubús Paixhans, que combinaban velocidad, precisión y carga explosiva, constituyendo un arma decisiva para la época, ya que tornaba estéril la carga de formaciones tradicionales de infantería, lo que originó a posteriori la era de la guerra de trincheras. También usaron cohetes a la Congreve, que habían descubierto y perfeccionado los ingleses, ya que en la guerra en India habían sido atacados con una especie de cañita voladora. En el caso de la Vuelta de Obligado, éstos tenían carga incendiaria o de metralla.
Estación del Metro de París, inaugurada bajo el nombre de Obligado
Contra este armamento, la carga a la bayoneta fue inútil, y terminó a las ocho de la noche, cuando los confederados argentinos tenían bajas que representaban casi un tercio de sus fuerzas, entre muertos y heridos. Los franceses se llevaron de recuerdo algún viejo cañoncito de bronce y unas banderolas que consideraron trofeo de guerra. Para satisfacer su orgullo, depositaron las banderolas junto a la tumba de Napoleón en Los Inválidos. Una estación del metro francés recibió luego el nombre de Obligado. Se cambió por la denominación actual de Argentina, durante  la visita de Eva Perón, cuando desde estas pampas se proveía a la alimentación de los franceses en las duras épocas posteriores a la segunda guerra mundial.

Después de la batalla

Las tropas invasoras no la pasaron bien. Se produjeron otros enfrentamientos en distintas posiciones fortificadas. En Tonelero, cerca de Ramallo, en San Lorenzo, y en Quebracho, más al norte. Este último fue el más adverso para la flota anglo-francesa: varios navíos de guerra fueron seriamente averiados, y algunos mercantes se hundieron o se prendieron fuego.
Muy poco pudieron vender –gran parte de la flota mercante abandonó ante los primeros disparos y no remontó el Paraná- y sólo habían comprado yerba y tabaco, que luego de la batalla de Quebracho, bajaban flotando por el río junto con los cuerpos, según  dejó redactado en su parte el general Mansilla.
Los comandantes de la invasión pidieron 10.000 ingleses y 10.000 franceses más para continuar la guerra, pero las distintas circunstancias políticas en Europa hicieron inviable la continuación de las hostilidades en el Plata y el Paraná.
Finalmente se llegaría a la paz. Fue un resonante triunfo del dictador de la Confederación,  Juan Manuel de Rosas, que se hizo famoso en el mundo y respetado como nunca en América por la defensa de la soberanía. Incluso muchos de sus opositores y enemigos reconocieron la importancia de la gesta. El unitario Martiniano Chilavert se puso a sus órdenes: “el estruendo del cañón de Obligado resonó en mi corazón; desde ese instante un solo deseo me anima; el de servir a mi Patria en esa lucha de justicia y de gloria”.  Seguiría hasta el final, y sería fusilado por Urquiza luego de la batalla de Caseros.
San Martín legó a Rosas el sable que lo había acompañado en la guerra de la independencia. Desde Francia, escribió cartas que fueron publicadas en periódicos franceses e ingleses –que financiaba Rosas- en las que explicaba que sería muy difícil a un gran ejército europeo mantenerse en Buenos Aires, aunque pudieran tomar la ciudad. Fue influyente porque su voz de estratega militar era respetada también en Europa. En una carta que enviara a Rosas cuando el bloqueo francés, excusaba a los europeos, “pero –decía- lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española, una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.


Fuentes

ROSA, José María. Historia Argentina. Tomo 5. Editorial Oriente. Buenos Aires. 1973

FONT EZCURRA, Ricardo. San Martín y Rosas. Plus Ultra. Buenos Aires. 1965





[i] Chauvin era un sargento de Napoleón, que profesaba un culto fanático del ejército imperial. Los burgueses que adoptaban posiciones bélicas en las que no iban a participar, motivadas por un falso patriotismo, eran llamados chauvinistes.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Boca de la Sierra, partido de Azul



Un malón de chatarra en el valle


En el bello paraje de Boca de la Sierra una notable obra del artista Carlos Regazzoni evoca los enfrentamientos entre cristianos y tribus de esa zona de frontera que fue el Azul desde su fundación hasta la culminación de la llamada conquista del desierto, en 1879.

Desde la fundación del Fuerte Federación en 1832, el país Azul fue lugar de contacto de la tribu del cacique Catriel con los cristianos que allí se establecieron. Durante varias décadas se produjo en la zona un intercambio cultural, económico y político entre ambos grupos.  La impactante obra “El Malón”, de Carlos Regazzoni, emplazada en el paraje Boca de la Sierra, hace referencia a un aspecto de esas relaciones: la guerra, que como se sabe no es más que la continuación de la política por otros medios.
Para ver esta obra, erigida a base de chatarra, hay que tomar desde Azul la Ruta Nacional 226 en dirección a Tandil y desviarse en la provincial 30, la misma que lleva al Monasterio de los Monjes Trapenses. Una vez que se llega al flamante parador Boca de la Sierra, en el lugar en que comienza el cordón del Azul, perteneciente al sistema de Tandilia, se distingue  este conjunto escultórico, que sorprende por su calidad y por su ubicación, tan apartada de los centros poblados.
Representa una batalla entre indios y cristianos.  A medida que uno se acerca al  pequeño valle entre las sierras, a lo lejos,  se vislumbra una pelea de soldados de línea con sus uniformes azules y sus fusiles, contra indios que arremeten con sus lanzas. Hay escenas de violencia, degüello, caballos de carga, otros animales que huyen espantados, un cañón. Pero visto de más cerca lo que llama la atención son los detalles. Sorprende sobre todo reconocer los materiales utilizados. Se distingue entonces que las crenchas al viento del indio amenazante que se alza sobre su caballo,  son en realidad  burletes de automóviles. Allí se descubren escapes de motos, cuadros de bicicletas, engranajes que son ojos, pernos que son los dedos de los pies que asoman de las botas de potro que utilizaban ambos bandos.

El Azul de Catriel y la Gran Invasión

Probablemente la obra de Regazzoni esté inspirada en la gran invasión de 1875, durante la cual la ciudad de Azul fue sitiada por los indios de Catriel y Namuncurá.

La dinastía de los Catriel era un grupo de los entonces llamados Pampas,  asimilados a la cultura araucana y también influenciados por los cristianos con los que compartían la frontera sur. Desde la Fundación del Fuerte Federación –antecedente de la ciudad de Azul- en los tiempos de Rosas, la tribu de Juan Manuel Catriel -cuyo nombre ya está influido por la cultura de los blancos, y coincide con el del Restaurador- tuvo estrechas relaciones con los gobiernos de Buenos Aires.  Asociados al cacique Calfulcurá, que dominaba desde las Salinas Grandes, fueron beneficiarios del reparto de víveres que el gobernador había acordado con aquél.
Luego de la caída de Rosas esta paz se desmoronó y se reiniciaron  los malones. En 1855, junto con Cachul y Calfulcurá, Catriel derrotó al ejército del entonces joven General Mitre en la batalla de Sierra Chica, y desde esta demostración de fuerza los gobiernos buscaron su amistad para enfrentar a otras tribus más belicosas.

Luego de la muerte del cacique, su hijo Cipriano Catriel asumió el mando de su grupo y se acercó a Mitre. En 1872 combatieron junto a las tropas cristianas, y derrotaron por primera vez al temido Calfulcurá, pero en 1874 el éxito no los acompañó: participaron en apoyo de Mitre en su intento de revolución contra la elección de Nicolás Avellaneda como presidente, pero lo que parecía una segura victoria se transformó en capitulación y la tribu fue abandonada a las tropas leales del presidente electo. Entonces, un parlamento condenó a muerte a Cipriano, su cacique, acusándolo de traición por conducirlos a este fracaso y por haber enfrentado a Calfucurá.  Quien encabezó el cumplimiento de la sentencia fue su hermano Juan José Catriel, que tomó desde entonces el mando de la tribu.
Durante su liderazgo fue que se llevó a cabo la gran invasión, lanzada a finales de 1875, que iba a ser la última imponente reacción de los guerreros pampeanos. En ella los catrieleros se unieron a Namuncurá -heredero de Calfulcurá-, Pincén, Reuquecurá, Purrán y Carupancurá, atacando Alvear, Tapalqué, Azul y Tandil.
Esta participación de Catriel en la invasión general fue sorpresiva para los militares, que lo contaban como aliado dado que, establecidos en las afueras de Azul, los catrieleros eran aparentemente amigos del gobierno. Durante la gestión de Adolfo Alsina como ministro de guerra del presidente Avellaneda,  les ofrecieron nuevas tierras unas leguas al oeste, hacia donde la frontera se estaba expandiendo. Las negociaciones marchaban bien hasta que los catrieleros divisaron a los agrimensores. Estos personajes, sus instrumentos de medición y sus operaciones diabólicas eran objeto del más profundo odio por parte de los indios. Su presencia siempre anunciaba desgracia, siempre antecedía a la pérdida de su territorio. Desde entonces, si bien siguieron en negociaciones con los blancos, secretamente se pusieron de acuerdo con Namuncurá. Iban a librar su última batalla.
Esta invasión general se produjo el 26 de diciembre de 1875. Su frente se extendió desde Tres Arroyos hasta Alvear. Alfredo Ebelot, ingeniero francés contratado por Alsina para trabajar en el diseño de su sistema de defensa, nos cuenta que “para dar ese gran golpe, el desierto había puesto en pie no menos de 5.000 lanzas”. En Tandil murieron 400 vecinos, se llevaron 500 cautivos y arriaron 300.000 animales. Azul fue sitiada, de allí se levaron 200.000 cabezas de ganado y 4.000 caballos. Los fortines fueron arrasados.


Pero la respuesta fue también tremenda. El 1º de enero, Catriel y Namuncurá fueron vencidos en el combate de Laguna de la Tigra, todas las naciones indias, hostigadas. Al mismo tiempo la frontera se trasladaba hacia el oeste y el ejército se integraba con profesionales en lugar de los gauchos que habían sido reclutados por la fuerza. Los indios, alejados hacia el desierto, ya no podían llevar a cabo sus invasiones ya que su objetivo les quedaba demasiado lejos. La zanja de Alsina impidió aún más el arreo de ganado hacia el oeste. El fusil Remington y el telégrafo hicieron el resto. Según Sarmiento, la expedición del General Roca, que salió desde Azul, adonde arribó en tren, no fue más que “un paseo en carruaje”.
Pese a que existen en  Azul descendientes de los catrieleros reivindicando parte del territorio, ya no tienen el mismo poder e importancia política que llegaron a detentar, ni son un grupo influyente en la actualidad. Pero en las palabras quedan indicios de este pasado. Por empezar, el nombre de la ciudad es el que los indios le habían dado a la región, traducido del araucano. El nombre del arroyo que lo atraviesa, es también la traducción del nombre original: calvú Leuvú (agua azul). Su costanera hoy se llama Cacique Catriel  (¿Cuál de ellos será: Juan Manuel, Cipriano, Juan José?). En la margen izquierda subsite el barrio Fidelidad, cuyo nombre recuerda la convivencia de los catrieleros y cristianos. En su Museo Etnográfico se exhibe una muy importante colección de platería mapuche.
En Boca de la Sierra, la obra El Malón también se suma a la evocación de la historia del país Azul.

Regazzoni en Azul

Carlos Regazzoni, artista nacido en Comodoro Rivadavia, consiguió fama y prestigio por sus instalaciones, que normalmente compone con materiales industriales en desuso. Trabajó mucho con elementos desechados por los ferrocarriles e instaló su estudio en un depósito de los mismos, cerca de la terminal de Retiro, en Buenos Aires. Su prestigio como artista creció en el país y en Europa, especialmente en Francia, en donde posee un castillo barroco. Sus esculturas fueron elogiadas por exigentes críticos de arte. Madonna le compró una obra.
Cuando en 2007 la ciudad de Azul fue declarada Ciudad Cervantina por la UNESCO, debido a la colección de Quijotes que atesora, su Municipalidad contrató a Regazzoni para que instalara en un paseo público una escultura de Don Quijote. El grupo escultórico está frente a la costanera Cacique Catriel, e incluye al hidalgo montado en Rocinante, junto con Sancho Panza, Dulcinea y hasta el perro.
Debido al éxito de este trabajo, las autoridades le encargaron una segunda obra. Esta fue El Malón, que está emplazada en Boca de la Sierra. De todas formas, la relación del artista con los políticos locales fue pésima. Se instaló en este paraje y fue acusado de tomar para sí propiedades privadas –lo que incluía un sector perteneciente a Fabricaciones Militares, empresa que donó el lugar para que se construyera el parador- y de maltratar a los vecinos que se quejaban de sus actividades en el lugar.
Seguramente cautivado por la paz y belleza del paisaje, el artista intentó establecerse, pero las constantes peleas con vecinos y políticos, lo disuadieron.
Por suerte quedó su obra.




Bibliografía




Archivo Mitre. Buenos Aires


Ebelot, Alfredo. Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras. Plus Ultra. Buenos Aires. 1968.


Rosa, José María. Historia Argentina, tomo 2. Claridad. Buenos Aires. 1973.


Yunque, Alvaro. Calfulcurá. La conquista de las pampas. Ediciones Zamora. Buenos Aires. 1956.